jueves, 23 de octubre de 2008

Reflexiona!!!

Ahora que se me acaban los días y el final está tan cerca, con el vértigo metido en el estómago y el pecho vacío, ahora es cuando más me gusta la vida. Qué enorme paradoja es esto de vivir, o de morir, ¿cuál es la diferencia?
Sin control, sin orden, sin relación alguna entre los miles de recuerdos que me atropellan el pensamiento, voy repasando cada uno de los instantes vividos, pero esos no duelen. Los que dejan un vacío más grande que el miedo son los que no he vivido.
La resignación se apropia de mi intención, y consciente de que ya no hay tiempo no siento prisa, ni angustia, sólo pena, una pena interminable que únicamente amortigua la terrible certeza de que no hay nada que cambie el final.
Así es la verdad, lo que no tiene es remedio. No es ni más bonita, ni más fea, es verdad y punto; por eso duele.
Ahora que se me acaban los días y el final está tan cerca, es cuando más viva me siento.



N.A. Afortunadamente yo no sé cuántos días me quedan, si muchos o pocos, pero me he propuesto vivir como si hubiera conocido cuándo morir, en respetuoso homenaje a los que no tienen esa oportunidad.

viernes, 3 de octubre de 2008

UN COMIENZO...


Y cuando llegó se encendieron las luces que alumbraban la entrada principal desde el pasillo. No alcancé a ver más que su pelo revuelto por el viaje en moto. La voz grave que otrora me hiciera vibrar hasta las entretelas del alma, golpeaba ahora mis sienes agudizando el remordimiento de tanto años sin contacto, sin explicaciones. Y aunque no podía llegar a entender que hacía él en mi puerta, una parte de mí se excitaba como una adolescente.
Esa mañana, cuando un correo electrónico me anunció su llegada, tuve que leer las escasas tres líneas varias veces para caer en la cuenta de que el pasado volvía de golpe a mi vida. “Tenemos que hablar. Voy a tu casa esta noche. No te llamo porque no puedo arriesgarme a que me digas que no quieres verme. Si cuando llegue no estás lo entenderé, no te preocupes, pero ya jamás podremos aclarar las cosas”. Firmaba con su nombre. Ni besos, ni abrazos, ni saludos, nada.
Allí estaba yo, esperándole a pesar de la puerta abierta a la huída que me había dejado en su mensaje. Pero es que “jamás” es demasiado tiempo, y ya había pasado mucho desde la última vez que nos vimos. Recuerdo que hacía un calor insoportable, pero llevaba esa chaqueta suya de hilo siempre arrugada que le confería un aspecto impresionante. Yo no podía apartar mis ojos de su pecho, ese rincón secreto que asomaba por su camisa y me recordaba tantas noches drogada por esa acogedora y familiar espesura. Y pesar de todo pronuncié las palabras: no podemos seguir.
Mi hija le pidió que se sentara en el salón, que iba a avisarme. “Mi madre viene enseguida, ¿cómo ha dicho que se llama?”…(continuará??)