martes, 19 de enero de 2010

La casa que fue un colegio

Tan grande, tan misteriosa, tan importante… Entraba en aquella casa cada mañana sintiéndome minúscula, y algo perdida, pero muy emocionada. Acudir al cole era mi aventura diaria. Quizás por eso en los ratos en los que salíamos del cobijo de nuestras clases me gustaba imaginar que aquel colegio era el mundo entero, y que en cada rincón, en cada ventana, en cada recoveco, ocurrían cosas fantásticas. Una puerta entreabierta, un pasillo vacío, la tenue luz entrando por la sala de las cristaleras, el eco del patio de mármol vacío, el ruidoso silencio de la capilla, el retumbar de la escalera de madera… Todo terminaba despertando mi infantil imaginación.

El patio del níspero, un cuento de hadas. La verja verde del recreo y la Hermana junto a ella, una historia de amor. Las ventanas de las internas, una película de suspense. La habitación de Pepita, un libro de terror. El patio cubierto, la crónica de un día de lluvia. La escalera de mármol, el palacio de una princesa. La pajarera, una selva. La cortina rígida de las clases, la frontera de otro país. La puerta de atrás del patio, el acceso a otro mundo.

Y las jornadas eran tan largas en la escala temporal de aquellos años, que ahora me cabría casi una semana en uno sólo de los primeros días de colegio. Desde la mañana a la tarde cambiábamos de amigas, inventábamos idiomas, planeábamos mil vidas, poníamos de moda nuevos juegos, cambiábamos de sitio preferido en el patio de recreo, llorábamos, reíamos, reíamos, reíamos… Ni que decir tiene lo que duraba un curso completo, como si no fuera a acabar nunca.

Las mediopensionistas teníamos un privilegio asociado a nuestra condición escolar, y es que disfrutábamos de un recreo “eterno”, desde el almuerzo hasta las clases de la tarde. A todo daba tiempo en aquella hora infinita: a “chicharitolajaba”, al elástico, a la comba, a los cromos, al matar, al corro, a "poliladron", o simplemente a nada, pero a ese no hacer nada tan pleno de los niños como correr por correr, tirarnos una y otra vez por el tobogán después de una fila inmensa, mirar por mirar…

Seguro que ahora de mayor, aquella casa no me parecería tan grande, ni tan misteriosa; eso suele pasar. Pero el destino quiso que no pasara. La casa del colegio cayó abatida por el progreso, y se quedó en mi mirada de niña de uniforme azul así de grande, así de misteriosa y así de importante…

Nunca terminé de saber qué había detrás de cada puerta, ni conocí todos sus rincones; por eso sigue siendo inmensa en mi imaginación la casa que fue un colegio, el colegio que era una casa. La otra. Mi segunda casa.

4 comentarios:

nani dijo...

Bueno amiga Lola decirte que me has emocionado, es lo que todas a mi parecer hemos sentido todos esos años de infancia en nuestra segunda casa nuestro colegio, lo has bordao...bss

Pilar Agudo dijo...

Fue un placer conocerte ayer en la inauguración del cincuentenario del colegio y un placer haber leído este texto lleno de sentimientos y recuerdos. Las que tuvimos la suerte de conocer y vivir ese colegio podemos sentirnos privilegiadas. Un palacio lleno de misterios y lugares que evocaban a la fantasía con frecuencia. En ese patio del níspero pude inspirar un cuento que escribí cuando salí del colegio, habitaban allí mis personales principales: una rosa, un tigre y un ruiseñor.
Menos idílico, pero muy importante en nuestra vida escolar, estaba el laboratorio con su esqueleto. Esa canina a la que hasta le habíamos puesto nombre, y que solíamos vestir con nuestros puchos de gimnasia y nuestras camisetas blancas. ¿Recuerdas esos puchos que utilizábamos a diario bajo la falda del uniforme? Esos puchos que nos permitían ir haciendo el pino por las paredes, dar volteretas en las varandillas de hierro que separaban las aceras de la carretera, jugar a “chicharitolahabah” en la Plaza de las Monjas o en el Paseo Santa Fe, además de en el patio del colegio evidentemente.
¿Y qué me dices de esos polos de cocacola que comprábamos antes de entrar en el cole por la tarde? Si hubiera habido entonces tantas inspecciones de sanidad como ahora, … ¡pobre hombre el de los polos!.
A medida que voy escribiendo, van llegando a mi memoria recuerdos y más recuerdos, vivencias que me parecían tremendamente crueles y que ahora guardo con un dulce sabor a melancolía. ¿A quién no le parecía cruel tener que pasar la mañana del sábado castigada en el cole por haber silbado en el Paseo Santa Fe? ¿o por haber jugado como un “chicarrón”? ¡Gran empeño el que tenían las hermanas esclavas de hacer de nosotras unas perfectas señoritas! Y trabajo el que les costaba. Cuánto cariño además sentíamos con ellas: la hermana Magdalena, tan seria pero tan “madre de todas”, las hermanas Teresa y Pilar Maldonado, la hermana María, la hermana Carmen Clavijo, la hermana Olimpia, la hermana Celia, … y, cómo no, la hermana Rudi, con la que tanto nos divertíamos en los trabajos manuales. Ayer pude ver a la hermana Pilar Maldonado, ¡¡qué alegría me dió!! Nos dimos un abrazo en el que habló el corazón. Entre las personas entrañables, no puedo dejar de nombrar a Mª Antonia, la portera, y a las limpiadoras, siempre soportando nuestras carreras por los pasillos y por el patio de mármol.
En fin, voy a parar un poco, porque me emociono y no paro. Ya continuaré compartiendo más recuerdos. Un abrazo.

Lola Pelayo dijo...

Jolín Pilar, que ya se me han vuelto a saltar las lágrimas.... Lo que es un placer es que haya gente como tú en el mundo. Un abrazo

Pilar Agudo dijo...

Sólo quería agradecerte el enorme esfuerzo y trabajo que estás haciendo por todos nosotros, los corazones espínola. Gracias, Lola, por estar consiguiendo que revivamos tantos y tantos momentos pasados; momentos que parecen recien vividos cuando escuchamos y vemos a las hermanas que nos dedicaron tanta, y tan importante, parte de sus vidas.
Me he encontrado virtualmente con compañeras a las que hacía años que no veía, de las que no sabía nada de su vida, y ahora, en unos meses, podré coincidir con ellas en ese macroencuentro que vamos a tener.
He visto cómo el paso de los años ha mejorado nuestros corazones, ha mantenido las ilusiones de las hermanas en seguir luchando por todo el alumnado que pasa por el colegio, ... nos ha hecho mejores y más fuertes a todos.
Gracias, Lola. Un beso.