sábado, 12 de marzo de 2011

La verdad es lo que tiene, no es más bonita ni más fea, es verdad y punto....

Al pasar el tiempo, igual que el agua hirviendo se enfría, nuestros recuerdos se matizan, y clasificamos los sentimientos vividos, los buenos y los malos, sin hacer justicia a la intensidad que alcanzaron. Después, algunas veces, con mucha suerte, recuperamos en fugaces instantes la sensación original de aquello que hemos vivido, y volvemos brevemente a esas experiencias por las que mereció la pena dejar parte de nosotros mismos por el camino.

Recordar lo bueno y lo malo nos edifica, nos fortalece, nos permite afrontar el devenir imparable de nuestra existencia sin miedo. Es la defensa humana contra la “insoportable levedad del ser” que no nos atrevemos a formular con palabras más que cuando nos chocamos de frente con la realidad de la vida.

Y lo único que parece importante ante este panorama es cambiar la función de nuestros sentidos: dejar de ver con la vista, dejar de oír con los oídos, dejar de tocar con las manos… Por eso ya no me engañas... porque no te escuchan mis oídos, te escucha mi corazón... porque no te miran mis ojos, te mira mi alma.

Y eso que fue escrito para inmortalizar sentimientos bellísimos, sirve igualmente para advertir a los que te amenazan a ti o a los que tú más quieres.

Pero como todo ha sido dicho antes, ni siquiera hacía falta este corto esfuerzo, porque puedo concluir con las palabras de otro:

Dices que tienes corazón,
y sólo lo dices porque sientes sus latidos;
eso no es corazón..., es una máquina
que al compás que se mueve hace ruido.
(Gustavo Adolfo Bécquer)

Siempre amanece, pero al final estamos solos, y solo llevaremos lo que hemos sido.

1 comentario:

Anónimo dijo...

La insoportable levedad del ser de Milán Kundera, triste realidad de la vida. Espero seguir leyendo tus sentimientos.