domingo, 8 de mayo de 2011

Así lo deseo, así lo imagino...

Levantó la mano en señal de tregua. No estaba dispuesto a seguir perdiendo el tiempo entre lágrimas. Estaba cansado. Apenas le quedaban ya las fuerzas justas para despedirse. Empezó a disfrutar de esa lucidez que a veces otorga la muerte al final, como si de una última voluntad concedida se tratara, y esperó a que todos guardaran silencio más allá de las palabras. Por primera vez en varios días, nadie en aquella habitación estaba llorando. Sus ojos volvieron a encontrar por fin esas pequeñas arrugas que forja con el tiempo el sol y la risa, y bajó la mano.


- Así siempre. He disfrutado mucho en este mundo. Estoy satisfecho. Y no tengo miedo.

No tengo miedo, no tengo miedo, no tengo miedo… Sus palabras deberían sonar en las cabezas de los que le admiraron toda la vida, porque suscitan el poderoso aliento que sólo inspiran las escasas personas que rebasan sus propios límites, conquistando con adorable humildad lo impensable. Ellos nunca mueren.

1 comentario:

Jota dijo...

Seguro que fué así, porque no ha podido ser de otra manera. Magnífica exposición gráfica de sus últimos momentos.